catedrales pen-insulares
Allí donde se erigían, las catedrales marcaban de manera muy ostensible la imagen de una ciudad. Tanto sus dimensiones como el trabajo artístico del que hacían gala chocaban con los límites de lo que entonces era posible. Asociaciones de talleres y canteros desarrollaron estructuras organizativas y técnicas totalmente novedosas. Las catedrales sentaron nuevas normas no solo en arquitectura, sino también en la liturgia, puesto que se convirtieron en el escenario de onerosas misas a las que asistían cientos de fieles.
El término catedral deriva del latín cathedra, que designaba el sillón en el que se sentaba el obispo en los oficios litúrgicos. Desde los albores de la Edad Media, construir una catedral era el objetivo de todo obispo. Con ello demostraba su propio rango y el de su diócesis, y, al mismo tiempo, cumplía las expectativas que se esperaban de él en cuanto representante de una cierta clase social. Los fieles que entraban en una catedral se sentían traspasados a una realidad distinta de la humana. Eran partícipes de la contemplación sensible de lo celestial, que se manifestaba principalmente a través de la luz y los rituales litúrgicos. Tanto el teólogo como el arquitecto se encontraban inmersos en una concepción global de la realidad
que condiciona su modo de actuar.
concepción global de la realidad que condiciona su modo de actuar.
Las ciudades medievales crecieron en torno a los grandes templos cristianos. Construidas de acuerdo con un complejo simbolismo, las catedrales eran lugares de culto, sedes judiciales e incluso centros de diversión.
Las catedrales más antiguas son de época paleocristiana tomando el modelo de las basílicas civiles romanas. A las que pronto ya dieron una nave transversal para que la planta tuviera forma de cruz latina.
Los maestros góticos revolucionaron las técnicas constructivas al adoptar la bóveda de ojiva, también llamada de arista. Pero en el románico, las bóvedas de arista no eran articuladas sino sólidas. Su empuje sólo era contrarrestado por el peso del muro que tenía que ser muy grueso. En cambio, la bóveda gótica se sostiene gracias a los arcos que la entrecruzan, que descargan en los ángulos de apoyo. Único punto de la construcción que exigen una resistencia a toda prueba para recibir la carga. Todos los elementos en el gótico tienen su función, incluso los decorativos. Los pináculos que proporcionan el peculiar perfil a estas
catedrales, son en realidad
contrapesos sobre los pilares para afirmar los aún más al suelo.
Y las gárgolas o monstruos que adornan las cornisas sirven para embellecer los canales que recogen el agua de lluvia y la arrojan lejos del muro para evitar su deterioro.
La catedral gótica aspiraba, fundamentalmente, a la totalidad. Por ello intentó aproximarse a una solución perfecta y definitiva. En su configuración encarnaba la
totalidad del ser cristiano, teológico, natural e histórico. Disponiendo cada cosa en el lugar conveniente y eliminando todo lo que no hallaba lugar dentro del conjunto.
Las catedrales góticas quedaron como un testigo mudo de aquel pasado medieval en la que la fe dominó a la razón. Disminuyó considerablemente la construcción de este
tipo de edificios y los nuevos templos se levantaron según los principios del clasicismo.
A lo largo de los siglos XVII y XVIII, finaliza la construcción de algunas catedrales iniciadas en los siglos anteriores, a las que se le añadieron grandiosa fachadas.
La fachada del Obradoiro de la Catedral de Santiago de Compostela constituye un buen ejemplo de esta fiebre renovadora.